Tailandia tiene los pies en dos mundos diferentes.

Uno es el mundo del amor, el cuidado y el intercambio, que es el hábitat social natural de una especie inteligente e interdependiente. Esta es la esfera de la unidad en la que nacemos, la que le llega al bebé con leche materna. Es el estado de convivencia, de unidad, de compañeros de la vida*. Toda la vida*. El mundo donde todo está inconscientemente y maravillosamente conectado.

El otro es el mundo dividido al que nos entrenan, y nos seducen para que lo a abracemos. El mundo de la separación. Del egoísmo De los espejos. El mundo que nos enfrenta unos a otros por la ilusión de la ganancia personal. El mundo que mide nuestro valor por lo que tenemos – o creemos que tenemos – y no por lo que somos o cuánto de nosotros mismos damos. Un mundo que construye una fachada de autoafirmación en el hambre de los demás.

Las contradicciones entre estos dos mundos son más evidentes en Tailandia, tal vez, que en cualquier otro lugar porque nunca fue colonizada. Pudo mantener elementos de su mística preindustrial más intactos que las tierras invadidas y remodeladas por los poderes coloniales. Tailandia también tuvo el beneficio de una sólida base en el budismo, que, bajo sus indumentarias, se basa en la interconexión de todas las cosas. Tailandia aún alberga elementos del antiguo espíritu de compasión, un espíritu basado en la comprensión de que tu felicidad y mi felicidad son inseparables.

Sospecho que es este espíritu venerable de la unidad y la compasión lo que ha ayudado a Tailandia a realizar sus avances excepcionales hacia una cobertura de salud universal. Era este espíritu el que conducía el trabajo de los voluntarios generosos y los empleados altamente comprometidos del Departamento de Salud que conocí. Me inspiré en la disposición de tantos profesionales para escuchar y relacionarse con las personas, incluso en las situaciones más humildes, incluso con los inmigrantes empobrecidos y los miembros de grupos que con demasiada frecuencia son denigrados y marginados. Es este espíritu de inclusión, hasta de los menos favorecidos, lo que creo que está detrás del lado saludable de Tailandia.

Pero, al mismo tiempo, Tailandia, o al menos gran parte de su clase dominante, ha comprado el modelo de “desarrollo” occidental, que persigue un crecimiento económico a toda costa, desequilibrado e insostenible. Las constantes luchas de poder del país y los golpes militares reflejan esto… al igual que la corrupción incesante en los niveles más altos… al igual que el fracaso de innumerables funcionarios para obedecer las leyes humanitarias de la nación (como aquellas que garantizan servicios de salud gratuitos a inmigrantes indigentes). Quizás uno de los signos más reveladores de que Tailandia se haya visto atrapada por el tóxico Mundo Occidental es la creciente polarización entre los que tienen y los que no tienen, lo cual se contradice con su destacada búsqueda de Salud para Todos, y con cualquier aspiración de democracia que todavía quede.

Ya sea en Tailandia o en los Estados Unidos, La frágil flor de la democracia tiene pocas posibilidades de sobrevivir cuando las desigualdades de riqueza y poder son tan grandes.

Por todo eso, Tailandia ha logrado avances admirables hacia la cobertura de salud para todos. Estos avances, independientemente de las intenciones de la clase dominante, están despertando y capacitando a la población para luchar por una mayor igualdad, inclusión y sostenibilidad en todos los ámbitos. Tales son las semillas del cambio.

Aquí, quizás, radique la esperanza de una nación más saludable y de un mundo más saludable y duradero.