La pandemia de Covid-19 ha puesto de manifiesto, más claramente que nunca, las crueles injusticias construidas en nuestro orden político y económico contemporáneo, el quid de nuestro orden jerárquico sistémico global con su amplia y creciente brecha entre los que tienen y los que no tienen. Durante esta pandemia, las personas más pobres y desfavorecidas, a nivel nacional y mundial, son las más afectadas, no solo por Covid, sino también por las abrumadoras dificultades de la pérdida de empleo, el hambre, la falta de vivienda y la desesperación que acompañan a las garras del virus. Son los más vulnerables de los países más pobres los que tienen más dificultades para obtener las medidas adecuadas de atención y prevención. Si bien las naciones más ricas están acumulando vacunas, tal como están las cosas ahora, pueden pasar años antes de que las personas de las naciones más pobres obtengan suficientes vacunas para alcanzar la inmunidad colectiva.

Del mismo modo, las fallas de nuestro modelo de mercado lucrativo de atención médica y productos farmacéuticos se han vuelto inconcebiblemente obvias durante la pandemia. Los países más pobres están exigiendo con razón una exención de las leyes globales que, al anteponer sistemáticamente las ganancias a las personas, aumentan enormemente el riesgo de agravar y perpetuar la pandemia a nivel mundial.

En respuesta a esta demanda, los poderes fácticos han tomado medidas modestas para relajar temporalmente algunas de las regulaciones que ponen el crecimiento económico de los ricos por encima de las necesidades urgentes y la supervivencia de los pobres. Con suerte, tal vez suficientes personas en todo el mundo se vacunen a tiempo para frenar la pandemia actual. Entonces, como muchos dicen, podemos “volver a la normalidad”.

El problema es que “normal”, como lo conocemos, es el estado injusto, cruel y cruelmente desigual de los asuntos locales y globales que llevaron a la pandemia en primer lugar. Si los seres humanos queremos evitar muchas más pandemias aplastantes en el futuro, e incluso más eventos pan-cataclísmicos como la desaparición ecológica, el hambre masiva y / o la guerra nuclear, necesitamos más que exenciones temporales de las leyes que gobiernan el mercado global. Necesitamos una transformación humana que ponga a las personas y la naturaleza antes que las ganancias y la necesidad antes que la codicia. Seamos despertados por esta pandemia brutal para organizarnos y compartir, y ser amables, más allá de las fronteras nacionales, raciales y convencionales, para construir una forma de convivencia en armonía con todos los pueblos, con todos los seres vivos y con Gaia, la tierra misma. Dejemos que la pandemia, por dolorosa que haya sido, sea el proceso de nacimiento de una nueva vida de compartir y cuidar que abrace la diversidad e incluya a todos, con empatía y amor.