Renacimiento del pueblo de Ajoya y su venerada clínica ‘que pone primero al último’

Los lectores que han leídos nuestros boletines durante varios años sabrán algo sobre el programa de salud administrado por los pobladores en la Sierra Madre de México, que durante décadas tuvo su sede en el pintoresco pueblo ribereño de Ajoya. Y sabrán que el pueblo, tanto como su clínica, ha tenido, sus altibajos. Debido a una ola de crimen y violencia que se intensificó en las montañas de Sinaloa después del cambio de siglo, la mayoría de los habitantes de la región serrana huyeron a las ciudades costeras. Durante más de una década, Ajoya se convirtió prácticamente en un pueblo fantasma, todo cayéndose en ruinas. Pero, increíblemente, esta lamentable situación ahora se ha revertido. El pueblo desierto está siendo repoblado, las casas derrumbadas reconstruidas y la famosa Clínica de Ajoya hermosamente restaurada. El pueblo moribundo ahora ha resucitado como una “comunidad modelo” donde las necesidades y los derechos de todos son atendidos con esmero.

Pero ¿cómo sucedió todo esto? La notable historia de esta metamorfosis será el tema principal de este boletín. Para relatarlo, adjunto a continuación el “Epílogo” que recientemente me pidieron escribir para la publicación de la edición en español de mi último libro, Reportes de la Sierra Madre: historias detrás del manual de salud, Donde no hay Doctor, lo cual se lanzó al público el 21 de abril de 2023.

Pero, antes presentar el Epílogo, déjame contarte cómo surgieron los afortunados acuerdos para publicar los Reportes en español.

Publicación en español del libro Reportes de la Sierra Madre por David Werner

Publicar una edición en español de Reportes de la Sierra Madre, ha resultado ser una tarea mucho más grande de lo que esperábamos. La edición original en inglés, publicada por HealthWrights en 2018, está disponible a través de Amazon desde hace más de tres años. El libro, en esencia, es una colección de historias reveladoras, profusamente ilustradas. Lo escribí, en 1966, durante mi primer año como trabajador novato de salud en una región remota de la Sierra Madre, donde en verdad no había ningún médico.

Durante ese año, a menudo de noche a la luz de una cachimba de aceite, garabateé la serie de cuatro extensos informes. Con la ayuda de amigos voluntarios en California, estos informes—o reportes—se mimeografiaron y enviaron a los muchos amigos y conocidos que se habían suscrito a ellos con anticipación. De esta manera recaudamos un poco de dinero para ayudar a cubrir los gastos (muy modestos) del incipiente programa de salud del pueblo. (También recaudaba fondos vendiendo algunas de mis pinturas de pájaros y flora de la Sierra Madre.)

De muchos lectores de estos informes recibimos comentarios entusiastas. Redactados día por día (o, mejor, noche por noche), dijeron que estos informes tenían una frescura y veracidad que los conmovía bastante.

Décadas más tarde, al releer estos primeros reportes, algunos de mis socios y yo tuvimos la inspiración de publicarlos juntos, como un libro. Sin embargo, los reportes originales tenían un defecto. Habiendo sido producidos como copias mimeografiadas, estaban casi desprovistos de ilustraciones. Esto me pareció una pena, porque la Sierra Madre y sus habitantes son muy hermosas. De ahí que la obra en inglés esté repleta de ilustraciones, muchas deliciosas, algunas inquietantes. Hay más de 240 fotografías, dibujos y pinturas, la mayoría de ellos tomados o hechos por mí (David). Y la mayoría a todo color.

Muchos murales espléndidos ahora decoran las paredes del pueblo renovado de Ajoya. Ahora también decoran las páginas de epílogo.

El problema con las imagines en color

La edición original en inglés de Reportes de la Sierra Madre está actualmente disponible a través de Amazon por $34 dólares. En Estados Unidos, este precio es bastante alto como para que sus ventas hayan sido limitadas. Pero queríamos que la edición en español estuviera suficiente accesible en México y el resto de América Latina, para que la gente humilde lo pueda comprar. Lo que hace subir el precio demás sería imprimirlo en color. Encontramos una editorial en Distrito Federal de México, Editorial Terracota, que ya publica la versión actualizada de Donde no hay Doctor. Tenía ganas de publicar Reportes de la Sierra Madre, pero para poder venderla a un precio suficientemente bajo como para fomentar buenas ventas, Terracota quería eliminar el uso del colore e imprimir las imágenes en blanco y negro. Esto nos pareció una gran lástima, ya que las amplias imágines en color dan vida y belleza a la obra. Por falta de acuerdo en este tema, no se firmamos ningún contrato con Editorial Terracota.

¡Luego vino un propósito emocionante! A través de las conexiones, un líder en la renacida Clínica de Ajoya, Genaro Ocio, arregló que yo diera una presentación sobre mis libros relacionados con la salud, en la prestigiosa Feria del Libro estatal (FeliUAS), organizada por la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), que tomó lugar en Mazatlán en Marzo de 2022.

Mi presentación, con imágenes en PowerPoint, contó con la presencia del Rector de la universidad y también del director de Editorial UAS, quienes me acercaron después de mi charla. Les mostré la edición en inglés de *Reports from the Sierra Madre, y quedaron impresionados.

Haciendo corta la historia, la Editorial UAS se comprometió a publicar la traducción en español de Reportes de la Sierra Madre, ¡a todo color! El director explicó que podían imprimirla a color y mantener el precio relativamente bajo porque el Editorial UAS, cómo funciona sin fines de lucro, no tiene que generar muchas ganancias. (¡Por regla general, las editoriales comerciales fijan los precios minoristas de sus libros en seis veces el costo de producción!)

Me alegro anunciar que la edición en español de mi último libro, Reportes de la Sierra Madre, acaba de salir la imprenta, y está pero muy hermoso. Lanzaron la primera tirada justamente a tiempo para la grande Feria del Libro (FeliUAS) el 21 de abril de 2023. Lo elaboraron rápido, ya que se requirió menos trabajo preparatorio de lo habitual, porqué el libro ya había sido traducido por un equipo internacional de voluntarios y luego adaptado – por mi gran amigo Ajoyano Efrain Zamora – al dialecto de la Sierra Madre.

Se puede considerar este Boletín #87, que concluye con el nuevo epílogo de Reportes de la Sierra Madre, como un resumen que ilustra la fascinante historia, hasta el día presente, del formidable renacimiento de Ajoya y de su clínica revitalizada.

Epílogo escrito para la primera edición en español de Reportes de la Sierra Madre

Estoy adjuntando el siguiente epílogo — o reflexión final — a esta edición en español de Reportes de la Sierra Madre, para compartir con los lectores un poco sobre la larga y extraordinaria evolución del Proyecto Piaxtla y la renovada Clínica de Ajoya.

Cuando empecé a involucrarme en la promoción de salud en la Sierra Madre, al final de 1966, mi intención era quedarme allí solo un año y después volver a dar clases de biología en California. Pero me involucré tanto con los campesinos y su lucha por la salud y sus derechos que decidí quedarme otro tiempecito. Ahora, medio siglo después, sigo con la misma aventura.

En este medio siglo de promoción de salud en la Sierra Madre hemos visto altibajos destacados. Se han realizado éxitos impresionantes, con significantes mejoras en los indicadores de salud en el área montañosa cubierta por Proyecto Piaxtla. La mortalidad infantil y materna han bajado hasta la tercera parte de lo que eran anteriormente, y los libros que nacieron de los modestos programas comunitarios han tenido gran éxito internacional. Donde no hay doctor, una guía para los campesinos que viven lejos de los centros médicos, que escribí para uso de familias en gran parte analfabetas de la Sierra Madre, ha sido traducido a más de 100 idiomas y dialectos, con más de cuatro millones de ejemplares vendidos. La Organización Mundial de Salud (OMS) ha reconocido Donde no hay doctor como «el libro más usado mundialmente en la atención primaria de salud». El libro compañero de Donde no hay doctor, titulado Aprendiendo a promover la salud, recibió el primer premio internacional de la OMS para educación en salud, y el libro El niño campesino discapacitado, que nació de PROJIMO (Programa de Rehabilitación Organizado por Jóvenes Incapacitados de México Occidental), resultó la guía más usada en el sur global, en el rubro de Rehabilitación Basada en la Comunidad.

Tal vez el impacto más influyente de los modestos programas de la Sierra Madre fue el proceso de «poner la salud en manos del pueblo».

En aquellos días, la estrategia dominante para «mejorar los niveles de salud» era imponer el modelo de la medicina occidental a las poblaciones marginadas del tercer mundo. Los servicios de salud eran diseñados y realizados por médicos y otros profesionales costosos. El proceso era vertical, «desde arriba hacia abajo», con el pueblo por debajo. Al contrario, los proyectos comunitarios de la Sierra Madre fueron dirigidos y operados por campesinos locales, seleccionados por sus mismos vecinos por ser empáticos y dedicados a servir. Así, con el liderazgo y los servicios del mismo pueblo, se desencadenó un proceso de empoderamiento que en su entorno inspiró participación y solidaridad en la lucha para la salud de todos.

Este modelo liberador «desde abajo hacia arriba», en el que la promoción de salud está dirigida por los mismos pobladores, ha contribuido (con su ejemplo en diferentes partes del mundo) a un cambio revolucionario en la metodología de promoción de salud. Ahora, la misma Organización Mundial de la Salud promueve programas comunitarios con liderazgo local y promotores de salud originarios de los mismos pueblos y fomenta la traducción y uso de los libros que nacieron en la Sierra Madre Occidental.

Pese a todos sus éxitos locales e internacionales durante su larga historia, los programas de salud y rehabilitación — desarrollados en Ajoya y las rancherías de las barrancas — han pasado por unas épocas muy difíciles. Una gran crisis fue provocada por el «Tratado de Libre Comercio» (TLC) iniciado en 1990. Esto legalizó la importación a México, desde los Estados Unidos y Canadá, de productos agrícolas (principalmente maíz y ganado) a bajos precios subsidiados principalmente por el gobierno norteamericano. El TLC produjo un desastre socioeconómico para los pe- queños agricultores mexicanos, que no podían competir con los bajos precios de los productos importados. Eso provocó un éxodo masivo de la población rural hacía las ciudades, generando pobreza y desesperación enormes para un gran porcentaje del pueblo. Y esto precipitó un tsunami de crimen y violencia, especialmente entre la juventud, que no vio un futuro de otra manera.

En este tiempo tan difícil, muchas comunidades de la Sierra Madre se vaciaron y se convirtieron en pueblos fantasmas, inclusive el pueblo de Ajoya y sus rancherías aledañas. Por un tiempo el equipo de PROJIMO siguió sirviendo a la pequeña población que aún quedaba, pero después de una escalada de violencia la mayoría de los miembros del programa huyó a la costa, donde en aquel momento las cosas eran más tranquilas. Allí formaron un nuevo centro de rehabilitación en la sindicatura municipal de Coyotitán, perteneciente al mismo municipio de San Ignacio, Sinaloa.

Los pocos promotores de PROJIMO que quedaron en Ajoya, principalmente los que hacían sillas de ruedas, aguantaron dos años más (y yo con ellos). Pero finalmente también abandonaron su pueblo querido. Se mudaron a la pequeña comunidad de Duranguito de Dimas, más lejos de la sierra y, por ese entonces, más pacífica.

En Ajoya la violencia llegó a su límite un Día de las Madres, el 10 de mayo de 2002, en una fiesta de homenaje a las madres del pueblo, organizado por los maestros de la comunidad y sus alumnos en un pequeño festival alusivo. Muy cerca de allí ocurrió un enfrentamiento entre una partida de policías estatales que resguardaban el pueblo y una gavilla que amedrentaba a los ganaderos y vecinos pudientes de la sindicatura de Ajoya, sus comisarías y rancherías aledañas, resultando en la muerte de muchos inocentes.

La masacre provocó un éxodo escalonado de casi todos los que aún quedaban en Ajoya, Con su población máxima, el pueblo de Ajoya había tenido hasta más de 1400 habitantes. Después de la masacre solo quedaron alrededor de 200 personas, para luego quedar solamente unas cuantas, que eran las que tenían menos posibilidades de mudarse a otro lugar. El pueblo de Ajoya, incluso la querida clínica, quedó abandonada y derrumbándose durante los siguientes trece años.

Entonces, en 2017, jempezó el milagroso renacimiento de Ajoya! Resultó que un grupo de ajoyanos y de profesionistas ya realizados y/o jubilados, muchos de los cuales eran adolescentes cuando sus familias evacuaron su pueblo natal, se lamentaron mucho de que el querido nido de su niñez estaba deshaciéndose. Así, decidieron lanzar una iniciativa para reconstruirlo. Algunos de ellos, con más posibilidades económicas, contribuyeron generosamente. Empezaron a reconstruir las casas derrumbadas, una por una, empleando a los mismos pobladores que quedaban. Tenían el objetivo no solo de levantar el pueblo caído, sino de crear una comunidad pacífica modelo. Establecieron reglas de no cargar armas en la calle ni permitir la venta de bebidas alcohólicas más fuertes que cerveza, no vender drogas ni sembrar cultivos de estupefacientes. Promovieron un ambiente comunal en el que todos se ayudan unos a otros. Remodelaron la plazuela y sembraron jardines.

Repararon el techo de la vieja iglesia, interviniendo inicialmente con apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y con recursos del gobierno municipal empedraron algunas calles, con apoyo del gobierno estatal adoquinaron las áreas aledañas a la iglesia, en donde con la labor de algunos ajoyanos se construyó una pequeña pero bella plaza a la que llamaron Renacimiento Ajoyano en alusión a esa reconstrucción que iniciaba de la comunidad y al regreso de familias que habían salido por las causas antes citadas. Dicha plaza fue engalanada con un bello mural ideado por un promotor cultural y de la salud de la comunidad, Genaro Ocio, y realizado por un conocido pintor de un pueblo circunvecino llamado La Labor. Las casas reconstruidas fueron pintadas de todos los colores del arcoíris. El resultado era tan pintoresco como un cuento de hadas, ya que el pueblo era más tranquilo y con nuevo sentido de solidaridad, y aun más familias de las que habían salido empezaron a volver.

También este grupo de restauradores y vecinos remodelaron mi propia casa, con mucho brillo y cariño. Era una obra desafiante, ya que la constitución — colocada sobre el paredón en las orillas del río — había sido comida por comejenes y el techo destruido por las iguanas, así como por un gran árbol (un zalate) que había caído sobre una esquina y por la acción inclemente de las lluvias, que año tras año se infiltraban debido a una parte del techo que había colapsado. No obstante, rehicieron mi casa de una forma muy hermosa, con recámaras adicionales para hospedar a los médicos y sus equipos que acuden a prestar sus servicios sociales a la clínica, así como a otros profesionistas culturales que aporten servicios a la comunidad, como lo he manifestado, para que se aproveche mucho mejor en mis tiempos de ausencia.

Ya que estaban volviendo más niños a Ajoya, los renovadores empezaron a restaurar las escuelas y otros edificios comunales y los padres de familia mejoraron la capacidad de algunos programas de gobierno de apoyo a las escuelas. Ya que el pueblo está tan aislado, no había recepción ni de teléfono ni de internet, entonces introdujeron comunicación por satélite para servicio social, educativo y cultural. También construyeron una pequeña pero cómoda biblioteca, equipada con algunas computadoras, para que los niños participen del aprendizaje virtual. Eso ayudó a resolver los grandes problemas de asistencia virtual escolar que impuso la epidemia del virus SARS-CoV-2, pues gracias a ello, niños y jóvenes de la comunidad, e incluso algunos que estaban estudiando fuera de ella, pudieron adelantarse con sus deberes escolares. A dicha biblioteca se le llamó Biblioteca Comunitaria Misión de San Jerónimo de Ajoya. En la pared de la nueva biblioteca se pintó un bello mural al que se llamó Cronología Ajoyana, alusivo a la historia ajoyana. Fue ideado por el promotor Genaro Ocio y está pintado por el mismo artista laboreño ya mencionado, quien utilizó figuras de la florida historia del pueblo.

Resulta que varios del grupo restaurador de Ajoya, cuando vivieron en Ajoya siendo niños, participaron con ánimo en los programas de salud y de rehabilitación. Después de la escuela, fueron a PROJIMO, donde ayudaron a hacer sillas de ruedas y otros artefactos para niños con discapacidad y a apoyarlos con su terapia y rehabilitación. Por igual, participaron en actividades Niño-a-Niño, donde descubrieron el gusto de incluir al niño diferente.

Cuando estaba en marcha la renovación de Ajoya, recibí un mensaje de los renovadores pidiéndome que les visitara. Al llegar allí, me solicitaron que autorizara la reconstrucción de la vieja Clínica de Ajoya, que ya estaba en escombros. Les expliqué que la clínica nunca fue mía, sino de la misma comunidad, pero que me daría mucho gusto verla reconstruida y sobre todo funcional, apoyando a los más necesitados, como lo fue en su momento. Para mí, era doloroso ver el fabuloso centro de salud en ruinas, con el techo caído y las paredes a punto de caerse. Era una labor gigante reconstruirla, pero el pueblo tenía ánimo de ello.

Tomó cerca de dos años rehacer la clínica, y fue una tarea lenta pero continua. Cuando estaba casi terminada, el promotor cultural y de la salud de la comunidad organizó un homenaje en mi honor. Me imaginaba un evento pequeño, ipero llegaron a convocar a más de 600 personas! El público estaba compuesto por vecinos que ya estaban estableciéndose, ajoyanos que vinieron de ciudades cercanas, médicos, cronistas y hasta personal de un espacio de radio cultural en Sinaloa, quienes re- transmitieron parte del evento en el programa De la Sierra al Mar, que se difundió en medios noticiosos impresos y digitales, llegando a una audiencia inimaginable para mí. Fue sin duda mi mayor sorpresa y regalo de esta comunidad hasta la fecha.

Llegó gente de todos lados, desde los campesinos más arrinconados hasta el expresidente municipal, Mtro. Octavio Bastidas Mercado, quien dirigió unas emotivas palabras a su servidor, y también algunos funcionarios de salud. También llegó un autobús lleno de personas discapacitadas de Culiacán, la capital de Sinaloa. Me encantó volver a ver a amistades que no había visto en varios años.

Uno de los visitantes que más me alegró ver de nuevo fue el doctor Carlos F. Soto Miller, ya casi de 80 años de edad. Hace cincuenta años —cuando él era un joven médico recién graduado del Instituto Politécnico de la Ciudad de México— hizo su año de servicio colaborando en nuestra rústica Clínica de Ajoya en la Sierra Madre. El Dr. Carlos me ayudó con mucho empeño cuando yo estaba componiendo el primer borrador de Donde no hay doctor. En el homenaje, el querido doctor habló con entusiasmo sobre sus grandes aventuras y desafios en el primer año de la clínica.

En suma, el homenaje fue un evento muy impresionante. Hasta me daban vergüenza las muchas alabanzas y muestras de aprecio que los médicos y autoridades hicieron a mi persona. Pero lo que me alegró más ese día célebre fue la magnífica remodelación de la clínica. Por fuera es muy impresionante. Sobre las altas paredes blanqueadas destaca el nombre en grandes letras negras: CLÍNICA DE AJOYA DR. DAVID WERNER.

Esta prominencia de mi nombre me hacía sentir un poco raro por dos razones. Primero, soy biólogo, no médico titulado. Segundo, yo nunca quise presentarme como dueño o jefe de la clínica. Por esta razón, la clínica original llevaba el nombre de la comunidad que servía. Los encargados eran los mismos promotores de salud locales. Yo me he considerado siempre un consejero e instructor, nada más. Por eso, la ocurrencia de mi nombre en letras tan grandes sobre la pared de la nueva clínica me daba algo de vergüenza.

La nueva clínica era magnífica: moderna y muy bien equipada, completa con cuarto para exámenes, equipamiento de radiografía, quirófano de alta limpieza, facilidades de terapia, una pequeña farmacia, consultorio médico, de psicología y dental al día, y mucho más. No obstante, yo tenía mis dudas. Me preguntaba: ¿cómo va a funcionar este es- pacio tan impresionante si el equipo de promotores locales, que habían prestado los servicios con tanto empeño y cariño en los años anteriores, ya no estaban?

Pero los renovadores de la nueva clínica estaban explorando otras posibilidades. Hablaron con algunos «médicos humanitarios» de las ciudades costeras, principalmente Mazatlán. Los invitaron a visitar la clínica y prestar sus servicios sociales a la gente más necesitada. Y así, como de maravilla, se fue ensamblando un equipo dedicado, que incluía algunos de los médicos más capaces y más humanos. Reclutaron especialistas en diversas áreas, incluyendo cirujanos, anestesiólogos, pediatras, cardiólogos, internistas, ortopedistas, dentistas, psicólogos, terapeutas, proveedores de equipo médico y más, que se sumaron y han seguido uniéndose a esta noble causa de reconstrucción.

Para despertar el interés de estos diversos profesionales y ganar su colaboración, los promotores ajoyanos me invitaron a realizar una serie de presentaciones a médicos especialistas mostrando las necesidades de salud en los rincones de la Sierra Madre y contando la rara historia de los programas que se habían realizado allí. Así motivamos a algunos de los médicos más reconocidos en sus especialidades a colaborar con el nuevo servicio caritativo en la sierra.

De esta manera, lograron involucrar a un conjunto de profesionistas de alta categoría y de gran corazón. Creo que lo que atrae más a tales profesionales idealistas es que la Clínica de Ajoya comparte la atención de salud como servicio, no como negocio. Para las personas con sentido humanitario, eso es un soplo de aire fresco.


De los varios médicos que han colaborado con la nueva Clínica de Ajoya, uno de los más entregado y capaces ha sido el celebrado cirujano ortopédico Renán Vega Alarcón (t). El Dr. Renán tiene una historia muy larga y estrecha con nuestros programas de salud y rehabilitación en Ajoya. Creció en San Ignacio, la cabecera del municipio, donde su padre era un reconocido profesor y humanista de corazón. Renán también tenía un gran corazón. Desde niño había oído de los programas comunitarios en Ajoya y le fascinaban. Le agradó la idea de un servicio de salud comunitaria conducido por los mismos campesinos. Cuando era adolescente (hace como 40 años), hizo su primera visita a Ajoya, que queda como a 20 kilómetros de San Ignacio, al fin de un angosto camino de terracería. Llegó a la clínica y ofreció ayudar en lo que él pudiera. Desde entonces ayudó ocasionalmente los fines de semana.

Durante las primeras dos décadas del nuevo siglo, Renán —ya un celebrado cirujano ortopédico— seguía colaborando con el equipo de Ajoya, haciendo muchas cirugías ortopédicas gratis o a muy bajo costo a personas de escasos recursos.

Cuando la nueva clínica ya estaba equipada con un buen quirófano, al menos para realizar en él cirugías de carácter ambulatorio, el doctor Renán, quien ya había laborado como médico militar, trabajaba en varias clínicas y hospitales privados de Mazatlán, en donde realizaba procedimientos quirúrgicos de trauma, y también en un consultorio de atención en Clínica La Marina, al lado de su gran amigo y médico de cabecera, el Dr. Ramón Avilés Félix, neumólogo y cirujano de tórax, otro reconocido humanista, quien, sumado a la colaboración con Renán, los fines de semana empezaron a hacer consultas e intervenciones quirúrgicas ambulatorias en Ajoya. Asimismo, el Dr. Vega hizo un gran esfuerzo para reclutar a otros médicos de todas las especialidades, y mantuvo su consultorio particular en su natal San Ignacio, en su casa, donde atendía pacientes sin distinción o retribución económica si así se requería.

Entre los médicos que Renán reclutó inicialmente para ayudar en la Clínica de Ajoya estaba su propia hija, Olga Vanessa, cirujana dentista, que actualmente se sigue desempeñando diariamente en la bien equipada sala dental, y a quien además le solicitaba apoyo auxiliar en quirófano cuando lo requería, pues ya la había preparado en ello desde sus estudios.

Poco a poco, la nueva Clínica de Ajoya empezó a ganar la reputación de proveer servicios sobresalientes. Esto se debía en gran parte al incansable empeño del Dr. Renán, tanto como cirujano ortopédico como organizador e inspirador.

Cuando el Dr. Renán y los otros médicos hacían cirugías en Ajoya, llevaban consigo a las enfermeras necesarias, anestesistas y otro personal de apoyo, los cuales también colaboraron voluntariamente. Entre ellos también estaban el equipo del Dr. José María Torres Farber, proveedor de material de trauma, quienes continúan apoyando en lo posible.

La Clínica de Ajoya no solo responde a las necesidades médicas de la ranchería circunvecina, sino de todo el municipio de San Ignacio, y más allá. Ayuda especialmente a la gente más necesitada: a los que batallan para conseguir atención en las clínicas de salud de la ciudad.

Poco a poco la Clínica de Ajoya fue ganando respeto, aprecio y cierta fama en la región. En varias ocasiones, personas que habían tenido malos resultados en los centros médicos de la ciudad acudieron a Ajoya, donde con frecuencia los médicos voluntarios volvían a hacer intervenciones, regularmente con mayor éxito. Por ejemplo, un señor se había fracturado una pierna en un accidente de motocicleta. En un hospital de Mazatlán habían hecho la lucha de acomodar bien los huesos, pero la pierna quedó muy chueca y más corta. En la Clínica de Ajoya, el Dr. Renán logró reposicionar los huesos con la alineación correcta.

El Dr. Renán siempre trabajaba con una energía y un entusiasmo incansables, pero en los últimos meses de 2021 empezó a perder algo de la primera. Siguió viajando de Mazatlán a Ajoya los fines de semana, colaborando con consultas y realizando cirugías, pero su cara ya mostraba líneas de estrés y notamos que estaba perdiendo peso. Al fin nos compartió que le habían diagnosticado cáncer en los pulmones. Su salud fue deteriorándose rápidamente. No obstante, seguía participando en Ajoya en todo lo que podía. Una de las últimas cirugías que hizo fue a un niño fracturado de una pierna. Debido a sus pulmones dañados, el doctor no alcanzaba a aspirar suficiente aire, por lo que hizo la cirugía respirando oxígeno por un tubo nasal. Quince días después, murió.

La muerte de Dr. Renán Vega A. fue una pérdida enorme no solo para su familia y amigos, también para la clínica y la comunidad, especialmente para la gente más necesitada de su gran labor humanista. Pero lo que el Dr. Renán dio a los demás, por sus servicios desinteresados y su ánimo para ayudar al prójimo, vive todavía. Sigue inspirando a todos los que teníamos la fortuna de conocerlo y trabajar con él. Con el ejemplo de su gran espíritu y servicio humanitario, la Clínica de Ajoya seguirá evolucionando.

Los lectores de este epílogo notarán que con el renacimiento de la Clínica de Ajoya se han visto cambios básicos en la estructura de los servicios. En la vieja clínica, que empezó hace medio siglo, por lo general no había profesionales titulados. La clínica fue manejada por promotores de salud de la misma comunidad. Estos tenían poca educación formal, pero compartían las fuerzas y el dinamismo de su pueblo y aprendieron cómo animar a la población —mujeres, niños y hasta a los hombres— a proteger y mejorar su salud. En contraste, la nueva Clínica de Ajoya, tan impresionante, es muy profesional, está equipada igual o mejor que muchas clínicas en las ciudades y sus servicios son proveídos por profesionales titulados y especialistas de alta categoría.

A pesar de esas impresionantes diferencias entre la vieja clínica, tan rústica, y la nueva, tan moderna, las dos tienen mucho —tal vez lo más importante— en común: ambas comparten la mística de poner a los últimos primeros, de servir a los más necesitados con respeto y cariño y sin fines de lucro. Aprecian el valor de todos y todas. Por todo eso es que yo, con aprecio profundo, dedico esta primera edición en español de Reportes de la Sierra Madre — publicado por la Universidad Autónoma de Sinaloa — a la memoria de nuestro querido compañero, el doctor Renán Vega. Su gran ejemplo ha sido una inspiración para todos los colaboradores en la labor humanitaria del nuevo espacio para que continúen los pasos humildes y retos transformadores de la vieja clínica.

Para mí, lo más bonito de la contribución de Renán en el renacimiento de la Clínica de Ajoya fue su incansable ánimo para dar la mano a los más necesitados, siempre con aprecio y cariño. Esto lo hizo no por obligación moral ni por recompensa celestial, sino por la profunda compasión nacida de su corazón. Su incansable gusto en servir al prójimo fue tan contagioso que inspiraba a todos sus colegas a caminar por el mismo bondadoso sendero. Y nos sigue inspirando.


Finalmente, me gustaría, con todo el corazón, dar las gracias a Genaro Ocio, promotor de la salud y la cultura en su comunidad, y a quien ya he mencionado anteriormente, por su agradable talento de animar la colaboración del pueblo. Se deben en gran parte a él muchos de los éxitos que se han logrado en Ajoya en los últimos años. Nativo de Ajoya, Genaro es hijo del médico Enrique Kiki Ocio (ya fallecido), quien por muchos años atendió a los campesinos enfermos. Ya comenté sobre el médico Ocio en la primera parte de este libro.

Cuando iniciamos el programa de salud comunitaria en la Sierra Madre, Genaro era un niño pequeño, muy listo, pero algo reservado. Resultó que el Dr. Carlos F. Soto M., quien ayudaba como médico pasante al inicio de la Clínica de Ajoya, llegó a ser cuñado de Genaro. Por eso el chico visitaba la unidad médica seguido. Allí una joven voluntaria de los Estados Unidos, Alicia Akana, les enseñó a él y otras dos niñas a leer mejor durante su segundo ciclo escolar.

En su juventud, como muchos de los chicos soñadores, Genaro salió por unos años para explorar la vida en otras partes. Hizo estudios en el Instituto Tecnológico de Culiacán y en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), y hoy en día, en la UAL (Universidad América Latina, virtual, campus Guadalajara), donde cursa la Licenciatura en Historia, que siempre le ha apasionado.

Desde joven, a Genaro le encantaba la fascinante historia del pueblo. Sobre los años ha aprendido todo lo que podía de ella, así como recopilando y compartiendo (inclusive por una página en Facebook, a la que llama Ajoya, México) ese conocimiento. Este tesoro de historia local le permitió idear los murales en la plaza yla biblioteca. Asimismo, se pintaron de nuevo algunos cuadros que estuvieron en la iglesia antes de la última remodelación.

Durante los años más peligrosos en el área rural, Genaro vivió y sintió lo que fue el éxodo ajoyano. Aunque estuvo ausente de su pueblo por 13 años, su madre siguió viviendo en Ajoya, pues fue una de las pocas personas que se negaron a emigrar en el peor momento. Sólo salía a visitarlo a donde él residía, antes que permitirle visitarla en Ajoya, debido a la inseguridad que allí reinaba. Sin embrago, a pesar de su larga ausencia, Genaro mantenía sus enlaces familiares y hasta volvió a vivir en su pueblo querido. Ha sido Genaro, como promotor de la salud para su pueblo, junto con el Dr. Renán Vega, quienes propiciaron el inicio de la nueva Clínica de Ajoya, y quienes solicitaron el apoyo de médicos y especialistas con vocación social y humanista. Hasta la fecha Genaro continúa esta labor.

Por todo su compromiso y talento, Genaro es un ser humilde. Siempre da mayor crédito a los demás. Pero en verdad, la fabulosa transformación del poblado de Ajoya en gran parte se debe a la destacada habilidad catalítica de este gran amigo.

Él también me ayudó para la publicación de este libro. Genaro siempre ha hecho grandes amigos en varios ámbitos, desde el campo agrícola hasta el campus cultural y profesional. Y fue gran parte es por sus persuasivas recomendaciones entre amistades académicas que la Universidad Autónoma de Sinaloa se interesó en publicar Reportes de la Sierra Madre.

Resultó, así, que el hoy rector, Dr. Jesús Madueña Molina, había conocido mi libro Donde no hay doctor cuando estudiaba su especialidad en Chile, y por eso tuvo interés charlar conmigo cuando di una presentación sobre mis libros en la Feria del Libro de la UAS en 2022, en el campus de Mazatlán. Así empezaron los arreglos para que la Editorial univeritariapublicara este libro. Por ello, quedo muy agradecido con la Universidad Autónoma de Sinaloa, y con su honorable rector, Dr. Jesús Madueña Molina.

Extiendo también mis agradecimientos al Dr. Juan Carlos Ayala Barrón, director de Editorial UAS, y a la Dra. Yamel Rubio Rocha, mi homóloga en biología, quienes igualmente se entusiasmaron y apoyaron con la publicación de este libro.

Otra persona que ha participado mucho y que ha sido elemento fundamental para el buen desarrollo del proyecto de la Clínica de Ajoya, es sin duda el Dr. Ángel Fernando Fonseca Bastidas, que desde su inicio colabora brindando una excelente consultoría médica, y que con su joven dinamismo profesional motiva a la población a promover valores preventivos de salud, así como brindando su atención para urgencias médicas las 24 horas del día, estabilizando a los pacientes y canalizándolos a servicios médicos de especialidad en la sindicatura de Estación Dimas a la Clínica del Dr. Javier Rodríguez E. —otro gran colaborador de la clínica—, o en su caso a la ciudad de Mazatlán.

Finalmente, reitero mi agradecimiento a querido amigo Genaro Ocio, quien, al fomentar mi participación en la FeliUAS, sembró las semillas de las cuales floreció la publicación de mi libro. Para mí, esta colaboración con la Universidad Autónoma de Sinaloa es un gran honor y un gran compromiso, pues le reconozco como una universidad cercana y empática con la sociedad sinaloense, y que ha sido cuna de miles de profesionistas en todos los ámbitos que la misma sociedad requiere y demanda. Y hoy, con esta sencilla pero significativa obra, me sumo de corazón como un simple colaborador más en su noble tarea de apoyar en la difusión del conocimiento en beneficio de la colectividad a la que sirve.

Gracias.

David B. Werner

Finalista